Oye, ¿Te gusta el viento?
Podería responder miles de cosas pero normalmente me quedo con la más fácil con la menos comprometida de las respuestas, para no pecar en redundancias ni cosas que a mí mismo me sonarían a chiste. Podería responder como ya dije varias veces en contextos diferentes, " subías allí arriba, corriendo malamente por el desnivel, pero cuando llegabas al vértice de la cima te sentías recargado por el viento que te daba en el cuerpo, como si atravesase sin problema todo tu cuerpo, todas tus células mecidas por el tempestuoso vendaval , aprovechándolo".
Pero que decir.
Siempre resulta fácil responder con el típico "sí... bueno", y quedar en un plano neutro, eso, el miedo al perjuicio.
El miedo, esa soga que nos amarra pies, manos y nos oprime en escuálido cuello, nos impide realizarnos completamente, siempre con pies de plomo siempre con medias tintas, lleno de nerviosismo.
Me gusta el viento, sí.
Oye, ¿Te gusta la lluvia?
Llovía tanto sobre el tejado de plástico que era imposible intentar sacar un sonido de la boca que superara en decibelios aquello. Llovía cada vez más fuerte, es como si amplificaran el fluido plasmático que fluye por las venas del ladrón que huye de la policía, adrenalina por las estrellas.
Paseaba, paseaba bajo la lluvia horas, incansablemente. Aquellas vieja y adoquinadas calles la veían pasar día si día también, con sus pequeñas botas saltando de charco en charco, sonriente siempre. Le encantaba la lluvia
La música seguía sonando , aquel francés con su guitarra desde la pequeña radio. Allí pensando, sentado en su banco con la mirada clavada en el suelo, como una gota de agua que está apunto de desprenderse de la última hoja de un árbol.
Me gusta la lluvia, sí.
Feliz, venciendo a la lluvia y al viento. El triunfo.
En la carretera, en lo alto, allí arriba, en aquella piedra sigue poniendo Díselo.
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